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PACHÁ

Artículo de Mario Montañés para el libro MÁS PERDIDOS EN LOS 80

El ya mítico logo de Pachá inundó Zaragoza durante los 80 y 90

Ante todo quiero pedir disculpas, nunca he sido un hacha con los nombres y seguro que se me han olvidado muchos y muy importantes.  Aunque no aparezcáis en estas líneas, estar seguros que además de estar en mi corazón, estáis presentes en la memoria de todos los que vivimos aquella grandísima época.

El tiempo tiene la virtud de hacer que todos los recuerdos sean buenos…

Pacha, también.

Tengo entre mis amigos, tres que ahora que lo pienso igual no lo son tanto. Justo, Coco y el bueno de Ramón me pidieron que recordara (todo un logro para mi memoria de pez)  mí idea de lo que significo PACHA de la calle Sevilla para Zaragoza, para los 80´s y para mí, que ya adelanto como una de las épocas más felices de mi joven vida. Pero claro lo que para mí fue importante o simplemente hecho destacable, para un lector ajeno a ello, incluso para uno propio puede suponer un tostón, un error o importarle un bledo. Pero como lo mío entre otras cosas está la obediencia y el complacer, pues heme aquí, estrujando y sacándole rendimiento a las pocas neuronas que me quedan para explorar tantísimo recuerdos. La verdad es que me es más fácil leerlo en la pluma de otro…

Recogiendo el testigo de otras grandes ciudades, Zaragoza que se estaba revelando al mundo como un diamante en bruto de fiesta y diversión, no podía ser menos y la gente demandaba tener a toda costa sus propias “cerezas”.  

Luis Blasco y parte de la plantilla de Pachá

Eran los grupo de amigos que sé podían permitir conocer y disfrutar el ambiente y ocio en otras ciudades aunque fuera a costa de la cartera de papa,  también por alguna oveja negra entrado en la madurez y que vivía para la juerga y el pecado eterno,  quienes con arrogancia fingida, sintiéndose reyes, dueños del momento, contaban a unos oyentes todavía sanos aunque envidiosos mortales,  como en Sitges, Madrid, Barcelona, Valencia o en la casi desconocida Ibiza… se vivían noche tras noche sin excepción, fiestas y desenfreno, contaban por cientos sus amistades, sus noches junto a tal actor, al futbolista de moda pero sobre todo empezaban a hablar del disc jockey, un personaje que estaba cobrando un protagonismo hasta entonces desconocido, además hablaban de ellos como si de dioses se tratara.  Hablaban sin parar de discotecones con extrañas decoraciones llenos hasta la bandera, que tenían su punto más fuerte en un sonido altísimo y espectacular, con la iluminación que ayudaba a potenciar “el viaje” de alcohol y algo más que te vendían en la misma discoteca sin ningún disimulo.  Que el filtro en la puerta era brutal.  Si llevabas calcetín blanco te quedabas fuera, ese era el momento que los oyentes tapaban con disimulo y como podían sus calcetines tenis blanco reluciente que alguna abuela gentil o una madre entregada a la higiene de su hijo les había regalado. Porque que levante la mano quien en aquella época no tuvo entre sus cajones de muda, esos calcetines con unas raquetitas dibujadas a media caña y líneas en su parte superior azul y rojo, que modelo no se completaba sin aquellos gallunbos blanco esplendor de algodón (porque eso ponía en el envoltorio, porque parecían de cemento en tela) de un dedo de grosor con la copa estirada de tanto tirón para aflojar la tensión que provocaban con sus elásticos.  Tampoco valía el pelo largo o despeinado,  empezaba a hacer acto de presencia la Gomina, que con ella podías justificar cualquier peinado. 

José Miguel Pradas y Miguel Ángel Arrieta propietarios de Pachá. Foto: Javier Cebollada

Si no cumplías un pliego de condiciones, no entrabas.  Contaban que para pasar el filtro sin problema alguno, tenías que ser una “celebritie” del momento, ser millonario o al menos parecerlo, artista abandonado en algún submundo y tendencial, ¡un V.I.P! lo que de nuevo dejaba boquiabiertos a la grada ya que para muchos, era la primera vez que escuchaban aquella palabreja que además no entendían su significado. Y si eras un mortal, con un aspecto cuidado hasta el mínimo detalle de modelo en pretensión y algo de suerte podía ser que fueras señalado por el responsable de puerta para acceder por la puerta grande, la puerta de los V.I.P´s que te daba derecho a soñar durante ese instante, que tenías el mundo a tus pies. Pero si no cumplías religiosamente con todos los requisitos, te dejaban como un “no ciudadano de bien” en la calle, con las miradas de desprecio y soberbia de los que sí entraban.  Cuantas amistades se rompieron por negarse en las entradas de aquellas discotecas en esas situaciones de.. ¿Va contigo?, y que ante la posibilidad de correr la misma suerte y quedarte en la calle, negabas hasta morir, pese a que en ello, te fuera el regresar a casa andando, te quedarás sin amigo o sin cartera.  Era un juego que a la gente le gustaba, ya que aquel que no llegaba a entrar, insistía día tras día, vendiendo sus principios y sus gustos simplemente por ser uno de los elegidos.  En esas reuniones de amigos se preguntaban una y otra vez por que aquí no, por que no era posible un sitio así en Zaragoza.

Plantilla al completo de una de las épocas de Pachá

Tales argumentos convencerían a unos empresarios de la ciudad, entre los que se encontraba un jovencísimo Roberto Cebollero.  De forma inteligente, decidieron lanzarse en busca de la fruta prohibida y de aquellas promesas de éxito y cajas millonarias. El negocio pasaría por distintas manos aunque los propietarios más conocidos fueron los primos Mariano y Miguel Angel Arrieta, el para mi eterno Peter Pan Nacho Molinero y Miguel Ángel Pradas, este último se quedaría como único propietario en solitario.

Eran finales de los 80´s, Zaragoza tenía por fin su propio PACHA. La ciudad empezaba a emocionarse, era un secreto a voces que iban a abrir un PACHA.  El número 6 de la calle Sevilla fue el lugar elegido. Un local casi rectangular de 1800 metros cuadrados que ya había tenido momentos de éxito como Parsifal o Starter, y que volvía a resurgir como un Ave Phenix para colocarse como templo indispensable para la “gente guapa” de la ciudad.  Aquellos que antes hablaban de la fiesta de otras ciudades, ahora orgullosos empezaban a hablar de la fiesta en sus condominios, ello provocó que Zaragoza abriera sus fronteras al mundo de la noche, la mañana e incluso alguna vez, la tarde.  Y es en las tarde donde la franquicia tenía unos de sus puntos más fuertes, PACHA contaba con sesiones de tardes con alcohol, música más variada dejándose llevar un poco por las radioformulas que hicieron acto de presencia en los hogares españoles.  Esas sesiones se demostraron a la postre que eran algo parecido a una escuela donde se aprendía a salir, a beber, a saber lo que te gustaba, como te gustaba y buscar tu sitio en una sociedad completamente abierta, donde sin duda tenías tu hueco, tan solo tenías que encontrarlo.

Julian y Pilar en la «Noche Tropicana» de Pachá

Eran las 19:45 y la calle empezaba estar a rebosar, algún vecino cabreado porque no le dejaban pasar, alzaba la voz  sin más consecuencia que el mal rato que pasaba el propio sufrido vecino. Los colaboradores más remolones, intentaba dar sus últimos pases de descuento antes de que vinieran los porteros para que no les llamaran la atención por darlos en la misma puerta y no por los institutos o los “mixtos” como se les llamaba entonces.  Se oía un rumor, señalaban con la mirada sin grandes gestos, ¡Atención! llegaba la plantilla de PACHA.  Eran como séquito de autoridades a la inauguración de un pantano, hacían primero una parada técnica y necesaria en bar de enfrente para meterse algo en el cuerpo y contarse las aventuras del día anterior, muchos de ellos, solapaban la fiesta con el trabajo de antes de ayer y el trabajo de hoy con la fiesta de pasado mañana, en resumen, el tiempo, además de perder su inocencia, perdía su noción.  La mayoría por no decir todos, se dicaban profesionalmente a trabajar en locales fiesta, si amigos, trabajar en una discoteca podía llegar a ser una profesión muy rentable. En su desfile como de gigantes hacía el bar en la parte más elevada de la calle, en ese transcurso algún valiente les saludaba con un tímido gesto o un silencioso “hola” que generalmente, no encontraba respuesta, el que obtenía repuesta era un elegido y si el saludo devuelto era por una de las camareras, ese día entre sus amigos era como un héroe. Y es que aquellos dioses que todos admiraban ¡¡Eran los camareros!!  Los más guapos de la ciudad, los más chics, los más inaccesibles para los mortales que se encontrarían una hora más tarde sirviéndoles las copas… si les apetecía, porque si no les entraban por el ojo, ese día, pasaban sed, los tenían al lado, casi podían tocarlos, podían oler sus perfumes intensos de marca, poder ver de cerca las ropas tan deseadas y comparar, decir que –yo llevo los mismos…    Una plantilla que incluso con sus rarezas de dioses de gomina y pantalones por el tobilleros Chipie, El Charro, Chevignon, Pedro Morago… y lo último de la tienda Chocolate de la calle General Suerio pare ellas, era una tremenda plantilla capitaneada tanto en las tardes como en las noches, por una rubia explosiva de 19 años de armas tomar, ella era Carolina,  Carol.

 

Carol era el alma de Pachá en la Calle Sevilla

Exigente hasta límites de perfección, encantadora en las distancias cortas donde el miedo aparecía ante una reacción imprevista de una rubia enloquecida.  Ella era la perfecta imagen de como tenía que ser un camarero de PACHA.  Compartió barra con un sinfín de personas y personajes, por que quien de la época no recuerda a Toñin o a Julian Ezquerro, a Mónica, Pilar, Miguel, Victor, Quique San Felipe, Curro, Kiko, Sussanita, la saga Maturana con Marisa como estandarte, el elegantísimo Eduardo, un italianizado Sergio Guezzi, La Javiera y sus lámparas de mesilla en la cabeza, de Asun o Yula… Y es que fueron tantísimos que se me hace imposible el nombrar y recordar los nombres de todos (ruego que me disculpen).  Se preparaba taquilla, luces, sonido y a la orden del director de la discoteca Alejandro Lafuente, el mundo PACHA se ponía en marcha, eran las 18:30 de la tarde. 

Plantilla de lujo para una noche inolvidable

Alejandro, Alex, era un tipo curtido en el sector servicio y muy preparado para él trabajo de campo ya que había empezado desde muy joven y desde la base.  No tengo ninguna duda que los gestores de entonces pensaban como pienso yo hoy, Alejandro era un hombre de empresa, fiel a ellos y fiel para nosotros en su condición de ejemplo impecable primero y de líder condescendiente después, por lo que para los que nos educábamos allí, más un jefe, fue un ejemplo a seguir.  Siempre se hizo acompañar de nosotros como si del Flautista de Hamelin se tratase, allí donde estuviera Alex, siempre había uno  esperando dar lo mejor de sí, porque hay que reconocerle, que logro hacer de un grupo de compañeros, una gran familia. Era una universidad donde aprendías a compartir, a ganarte un sueldo, a ganarte privilegios por méritos propios y no por derecho, a trabajar muy duro para a veces tener los resultados buscados y otros encontrarte con la frustración más absoluta.  Nunca puedo decir que he estado o me he sentido solo, en ningún momento, siempre esa gran familia de desconocidos estaba para dar la cara contigo o por ti, aplaudirte en tu éxito, acompañarte en los malos momentos, personas como  Capaso, Chino, Santi y Carlos Burges, , Luisito, Rafa, Justi, Carlos Orejas, Arturo Paraíso, Cuco, los Delmas en todo su formato, Alberto, FernandoPelos”, Alfredo, Jesús Mon, Ruben, Johnnie, Eduardo, Iban con B (era su frase de presentación) o yo mismo, formábamos parte, seguimos y seguiremos formando parte de aquella jovecísima familia,  que dábamos él 110% de nosotros y nos desvivíamos porque cada día con su noche, PACHA abriera sus puertas como si abriéramos las puertas de nuestra propia casa y en las mejores condiciones posibles.   Hoy en día, muchos de aquellos “hermanos de calle” seguimos caminos en común, y los que no, cuando nos encontramos, es como si realmente te encontrarás con un hermano sintiendo a flor de piel la emoción del reencuentro.

Carnavales en Pachá con Capaso, Joaquín y «El Chino»

A destacar el trabajo y el formato de aquella época en las discotecas de los que ahora se denominarían “comuniti management o social management, en un idioma entendible, eran las personas que se encargaban de las relaciones públicas. Para las sesiones de tarde, a no ser que hubiera alguien que destacara pero rápidamente pasaba a las sesiones de noche o se iba a algún local del grupo como en el caso del peculiar y divertido Pepe Romeo que se lo llevaron al DC14, se les denominaba “rr.pp” o colaboradores.  Algo muy impersonal, tan solo firmaban con un número o alguna letra para que al cierre de sesión, su entrega por la sala y su “colaboración” tuviera recompensa.  Pegatinas, camisetas, Bermudas, las famosas chapas de Smail que a su vez tenían que fabricar ellos mismos , bolígrafos, pendientes, carpetas… un sinfín de lo que antes se llamaba propaganda y ahora merchandising, que volvía locos a ellos y a nosotros, más de uno, aun conservará algo de aquello en el trastero.  

Ramón Loriente, Augusto y Chiqui, con las colaboradoras repartiendo flyers. Foto: Javier Cebollada.

Para la noche, era distinto, la figura de relaciones públicas tenía nombre y apellido.  Era profesión trabajada, tenían que saber de tendencias, de música, que era lo que se llevaba, que era lo que se iba a llevar, que fiesta hacer, que artista programar, tenían que tener contactos.  Estar allí donde estaba la moda, estar en la moda y sobre todo, estar en la foto oportuna.  Personajes de carne y hueso convertidos en guías de masas, que con su simple presencia, ponían los locales de moda y PACHA tenía a los mejores.  Augusto, Cuco Barrachina, el magnífico Teles, un jovencísimo Eduardo Laguna, el siempre correcto Rafa Dancourt y sobre todo y del que guardo un grandísimo cariño, La Joaquina.  Al tiempo y en sonido musical a lo puramente comercial, se incorporaría entre su cartera relaciones públicas para la noche, Paco Clavel, un tipo muy humilde al trato y tremendamente divertido que hacía las veces de maestro de ceremonia y reclamo.  Haber hubieron más, sobre todo en la época comercial, pero la verdad es que no recuerdo bien los nombres y ante la duda, mejor guardar silencio.

Los grandes agitadores de la noche en Pachá, Teles y Joaquín.

La publicidad, ay cuanto ha cambiado desde entonces.  Lo que hoy es diseño gráfico, antes eran excepcionales dibujantes a mano alzada capaces de hacer flyers que hoy darían el pego perfectamente o su original estarían consideradas como obras de arte.  Supongo que hablo un poco con la envidia sana por el arte que desdeñaban, la creatividad a lápiz y pinturas que me dejaba boquiabierto, porque el que les habla, le ha gustado dibujar pero a falta de talento, uno tiraba de arte para que algún familiar que con más mimo que realidad, intentase reconocer al Goya que todos llevamos dentro.  Pero es que cuando veía a Víctor Gonzalo desplegar su magia sobre él papel, se perdía cualquier esperanza de ser reconocido mínimamente fuera del ámbito complaciente.  ¡¡Pero qué bueno era!! Tenía una facilidad para dibujar el nombre de PACHA con sus cerezas con una rapidez y exactitud que tú mismo creías que lo podías hacer de igual manera y no, para nada.  Había que reconocer su mérito, porque a su “Don” como ilustrador/dibujante,  su efectividad para tenerlo todo a tiempo.  No había correos electrónicos, no había una forma de llevar el material a la imprenta sino era en persona, y teniendo en cuenta también que no eran fotocopiadoras, eran puras y duras imprentas, los márgenes de tiempo tenían que ser dilatados y con suficiente espacio para una posible reacción ante una incidencia. Cada semana un diseño, cada semana una fiesta de tarde o noche e incluso una fiesta para la tarde y otra para la noche, y todo salía, todo se hacía. Que grande Víctor

Armando, Antonio y “Divi” divirtiéndose como siempre. Foto: Javier Cebollada.

Aunque en mi interior más profundo sí que hay un momento en que le guarde rencor al talentoso de Víctor.  A Alex, en su Undergound mas postizo,  se le ocurrió la brillante idea de que los “salas” trabajáramos con mono de pintor blanco, ¡que era tendencia en Nueva York decía! (aclarar que para nada quiero hacer de menos y no tengo nada en contra el sector del mundo de la pintura).  Entiendan que el cachondeito que hubo del respetable hacia nosotros, fue considerable, es como jugar un partido de fútbol con smoking o castellanos… fuera de lugar. –Que si cuando termines te vienes a pintar a mi casa… –que donde te has dejado la brochaque te vas a pintar la cabeza que no llevas gorra… -en fin, lo típico.  Víctor fue el encargado de pintarlos con la tipografía de Pacha incluyendo los logos, le pedí que tardara en hacerlo esperando que la novedad dejara paso a la cordura, pero no, el mismo día que los compraron los tenía dispuestos, para ser sincero o al menos lo recuerdo así, no fueron unas de sus mejores creaciones…

Si ese sofá hablara, la de confidencias que se realizaban durante la noche!. Foto: Javier Cebollada

Y es que con mis escasos 18 años, era difícil de entender que eso formaba parte del show. El pobre Chiqui (jefe de puerta) con un sentimiento puramente paternal, se empeñó en enseñarme el lado positivo del asunto, creo que me convenció más por cansino que por lógica, pero es de agradecer la paciencia y la condescendencia que tuvo hacía un crio que a lagrima tendida se cerró en balde con la negativa de calzarse un mono de pintor para estar por la noche en una discoteca. Hoy la verdad que el recuerdo me queda como gracioso.  Pero no tanto como gracioso fue el traje que hizo de Cerezito el diseñador Jesús López, gurú de la moda aragonesa  del momento y que Capaso vestido con él y un servidor como acompañante paseaban por las zonas con mayor afluencia de público repartiendo flyer o  invitaciones.  Lástima que no se conserve ningún archivo visual de aquello, aunque suerte para el infinito Capaso.   Como nos reímos, era muy gracioso ver a unas cerezas enormes que después de visitar a unos cuantos bares amigos y saborear los chupitos del momento,  le faltaba calle o lo más lógico, le sobraban los patines.  Al final, tomaron la decisión acertada de no sacarnos más, la imagen que dábamos era más lamentable que efectiva.

La música fue un apartado muy importante, casi principal.  Los ahora llamados dj´s, además de saber leer la pista, tenían que adelantarse a toda la competencia y competidores en la compra de los temas, adivinando que pelotazo iba a ser el que quemaría la pista. Una vorágine que incluía llegar a aprenderse los discos de memoria buscando la mezcla perfecta, el compás que revolucionara el gallinero y pondría la sala patas arriba, ese simple gesto, podía hacer que asistiera más público en busca del climax musical.  Pasaron de ser trabajadores de sala de fiestas a ser estrellas, artistas valorados y cotizados.  La fiebre por aprender a pinchar, por colarte en las cabinas, por ocultar las galletas de los discos, por acercarte al dj de moda para qué te enseñara sus trucos o mejor dicho, para copiárselos, en PACHA no era excepción.  La noche era un lugar vetado para los noveles, eran las tardes las que daban la alternativa.  Hubo uno que destacó por encima de todos, prácticamente un niño y con las melenas al viento, Santi B comenzaba su dilatada carrera y yo tengo la suerte de haber testigo de ello. En poco tiempo, Santi Burges se hizo con el control musical del local, y diría de la ciudad, tanto en sus sesiones de tarde como de noche, demostrando y dejando claro que venía para quedarse tanto en la cabina como en nuestra memoria con sesiones inolvidables.

Marc y “Cucu” DJS de Sitges, precursores del sonido “House” e inicios del «Acid House».

Al principio de su vida, la cabina era una tímida circunferencia hueca en su interior a la altura de la pista.  En unos de los tantos lavados de cara, se le doy a la cabina la presencia que reclamaba, pasando a ser un diseño mucho más destacado, enorme en sus dimensiones y mucha más elevada, el dj destacaba por encima de todos.  Por ella pasaron Luis Sancho, Carlos Burges, el Barcelonés Cucou y su gran gusto musical, el rey de Sitges Marc, el guaperas Charlie y su gran melena y el que fue  para mí, primera espada del movimiento dj en Zaragoza, el virtuoso Rafa Maltrana.  Con sus hasta entonces desconocidos scratching, sus movimientos repetitivos en los platos buscando el corte perfecto o simplemente la forma de buscar en las maletas el siguiente tema, embelesaban al público pagano y a las adolescentes que se dejaban llevar por la admiración de esta nueva rama de artistas.  Nacía la figura del dj espectáculo, ya no era suficiente pinchar, ahora tenías que demostrar que sabias hacerlo.

Octavio, Carol y Luis Sancho en la cabina de Pachá

Uno que buscaba hacer renta de ellos, pedias que te grabaran alguna sesión.. Misión Imposible amigo, para que te la grabaran tenías que hacer penitencia, algún favor y sobre todo una guerra psicológica de semanas e incluso meses insistiendo.  Eso para una cinta de 60 minutos, si ya buscabas una de 90… tenías que asumir que iba a salir muy caro.  Cierto es que en las grabaciones, dejaban al descubierto sus errores y sus virtudes y en un momento donde la técnica era tan preciada, no era bueno para su fama ni prestigio que una cinta fuera de coche en coche dejando ver las miserias.  Eso sí, cuando tenías el cassette, eras el rey del mambo, era lo que el anillo a Gollum, no la soltabas ni aunque te dijeran que iba a explotar.

Para el sistema de luces, siempre había algún aspirante a dj que se dejaba caer alardeando de amistad primero y compenetración musical con el residente después, esperando con toda su Fe, que este tuviera alguna urgencia física en la sesión para así vivir su momento glorioso poniendo el disco de rigor que todo el mundo gritaría y que sin duda cuando llegase de nuevo el dj principal, le costaría la bronca por habérselo reventado.  La verdad es que era una apuesta difícil, ya que generalmente además de llegar tarde la alternativa o no llegar, era el que se llevaba la bronca por todo, que hubiera vasos y botellas en la cabina,  por dejarse algo encendido al cierre, por atender más a las niñas que a las luces o machacar a la gente con el estroboscopio, vamos el flash de toda la vida.  Había que sufrirlo mucho y ser muy perseverante si querían tener su oportunidad. Justo el día que no iban, era el día que podían haber tenido su alternativa… ¿casualidad?

Nicolas Reblet y unas amigas. Foto: Javier Cebollada.

A raíz del boom dj, se crearon nuevas figuras en las radios, los locutores de las fórmulas musicales se convirtieron también en deejay´s estrellas.  Artistas cotizados para el púbico y que a cambio de contratos publicitarios, sobre todo con cadena SER y su emisora 40 Principales, fueron programación para las tardes de PACHA.  Llegaban semana tras semana repitiendo la actuación al poco tiempo y eso hacía que tanto ellos a nosotros, como nosotros a ellos, nos tratáramos de tú a tú, con el consiguiente alarde de amistades ante la niña del momento por haberle conseguido el autógrafo o por hacerse podido hacer  la foto.   Guardo también en el recuerdo actuaciones con alguna anécdota, como la actuación de una artista del momento que ante posibles represarías, prefiero no decir el nombre, tan solo que es brasileña y que fue una situación algo embarazosa.  La pobre mujer se tenía que cambiar en un túnel que hacía las veces de camerino cerca del escenario, ese túnel tenía varios accesos y “sin querer”, Chino y yo entramos cuando realizaba un cambio de vestuario en el show, la vimos sin la parte de arriba.  Para mí que no se si había cumplido los 17, fue un shock mental y físico, era la primera vez que veía unos pechos operados.  Pechos tan grandes y operados, apuntándome con descaro a la cara y a la imaginación.  La pobre señora pedía con educación desprendida que nos fuéramos, reconozco que nos costó salir y aun en la puerta fue inevitable echar la mirada atrás y dar gracias al altísimo por habernos dado la oportunidad de conocer otras culturas.  Otra actuación que me marcó fue la de Los Rodriguez, unas máquinas sin fin para la juerga y el vicio,  Viola Wills, Imagination y sobre todo y ante todo, Héroes del Silencio o Niños del Brasil


“Teles” y Javier en la mítica canasta que se encontraba en la entrada de la discoteca. Foto: Javier Cebollada

Lejos quedan ya los concursos nacionales de Dj´s que tan buscados estaban.  Aquellos críos que buscaban sorprender con su juego de manos, sus cambios de ritmos seguidos  tirando de fader o sus scratching con escaleras de madera, escopeta de perdigones, el culo o los pies.  Los desfiles de ropa que luego te regalaban como Soviet, Panamá Jack… la música como banda sonora para un sinfín de recuerdos. Acid House, el sonido maquineta y a Juan Luis Guerra y los 4 40 destronándola.  Las tardes con lentas que media hora antes a que sonaran, prácticamente llegabas a saberte la sesión de memoria, ibas buscando candidata para bailarlas con ella.  El corazón se te ponía a mil esperando siempre un gesto de aceptación y si había suerte, quizás un beso fugaz. Si no había suerte, te conformabas con mirar e imaginar.   Aquellos pódium que dominaban el centro de la pista y que sobre ellos, alguna atrevida y el inmortal Pesquis bailaban a lo Kim Basinguer en Nueve Semanas y Media dejando ver su ropa interior.  Lejos, muy lejos en el tiempo pero muy cerca en el recuerdo, queda también las jaulas que sustituyeron aquellos viejos artilugios de madera llenos de remaches y remiendos, donde bailaban muy ligeras de ropa y muy llenas de psicotrópicos gogos con duda y regalo, venidas de ex propósito desde los aledaños del Camp Nou.  Los fines de semana interminables o los que nunca querías que acabaran. Las cenas entre sesión y sesión buscando siempre complicidad de un lugar donde el sentimiento de gran familia siguiera presente. Los domingos de cobro donde el montante te duraba lo que dura un caramelo en la puerta de un colegio…  Tantos recuerdos y tan poco tiempo para contarlos…

“Julius” frente al reloj de la discoteca Pachá. Foto: Javier Cebollada.

Si un día me preguntan cuál fue el éxito de PACHA, creo que tendré la contestación muy fácil, creo que el éxito fue porque cada uno, fuera del grado social que fuera, da igual de donde viniera o a donde fuese, tenía muy claro cuál era su obligación para con los demás, sin pensar jamás en cuál era su derecho sobre los demás… simplemente.

Cualquier otra cosa, forma parte de otro capítulo… Permítanme un recuerdo especial a Fransiscu (Paco) y a su mujer Araceli, ellos se encargaban de la limpieza, de la bodega y de abrirnos las puertas entresemana para hacer el mantenimiento o el indio, según versiones, además de encargarse de la portería del edificio adyacente. Por todo lo que aguantaron, por la paciencia, pero sobre todo por el cariño que nos dieron, por las broncas tan graciosas que nos echaban cuando éramos tan pesados, por ser como fuisteis, de corazón, muchas gracias…

El ambiente nocturno de Pachá en pleno apogeo. Foto: Javier Cebollada.

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Written by Doctor Pop

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