por Joaquín Carbonell. Artículo publicado en el libro PERDIDOS EN LOS 80
Bien pensado, yo no sé cómo llegué a sentarme en una butaca destartalada del camerino del Pachá, en la calle Sevilla, y contemplar en primera línea de mar cómo aquel hombre, Harris Glenn Milstead, se transformaba en la drag queen Divine. Entre risas y pestañas postizas, yo estaba allí sentado y cada vez que intento recordar los prolegómenos, se me nubla la mente y la historia.
Se dice que todo aquel que participó con cierto entusiasmo de esos años enloquecidos de los 80, no recuerda nada. Entre el whisky de garrafón y los estimulantes que alguien te pasaba, lograban que nuestras neuronas envejecieran al galope de noches sin luna. O desde La Luna, garito por donde acudían los Enfermos Mentales. Por cierto, les grabamos un videoclip en el chalet de Lisbet, la belga, para TVE-Aragón, y de vez en cuando lo cuelgan en Facebook. Y no está mal escuchar a Pepe Orós aconsejar que “Si tienes una novia y no trabaja para ti”.
La cosa zaragozana, que era un animoso simulacro de la Movida madrileña, poseía su propia energía y sinergia. Es cierto que nos mirábamos en el espejo de La Edad de oro de Paloma Chamorro, que todos los martes ponía TVE, la única televisión de España. Contemplar cómo unos pirados colgaban un cerdo en una cruz, y darse cuenta de que la guardia civil no entraba naranjero en mano en los platós de Prado del Rey, era la constatación de que aquello estaba cambiando mucho, año 1982 o por ahí.
Lo sustancial que habrá que estudiar un día en la universidad zaragozana, es saber por qué la muchachada se volvió loca en el exacto año de 1980. Las noches se encrespaban de circulación, lunes inclusivos, y las calles del barullo, La Paz sobre todo, bullían de ginebras caras y chicas baratas; colegas en el fondo, compañeras de tú a tú. Tanta energía había en las calles que la tarde en que los chicos de La Luna (¡) de Madrid vinieron a presentar la revista a Caligrama, el gentío no cabía. Y eso que la revista era un asunto muy intelectual, con artículos de fondo. Recuerdo que entrevisté para la revista a Jorge Valdano, que por entonces, cuando metía un gol en la Romareda pensaba en Borges o en Violeta Parra. Causó sensación en Madrid la entrevista y el fondo intelectual de Valdano. Luego se fue al Real, es lógico… Ese era el nivel de Zaragoza. Por ahí tendré un ejemplar, no me hagan buscarlo.
Aquel bullicio entusiasta de la década ochentera, no se ha vuelto a repetir, y tal como pintan las cosas, dudo de que alguien viva para lograr contemplarlo en el futuro. Se nutrió la movida de un cóctel de inocencia, de muchas ganas de verbena, tras la larga noche franquista, de unos precios baratos en los garitos, del nuevo impulso de fraternal compadreo y camaradería, y de una urgencia un poco impostada por ser protagonistas de nuestro propio presente, perdido ya el pasado irremediablemente, ay.
Porque todo hay que compararlo con algo. Con este plomizo momento, contaminado por redes sociales y cachivaches electrónicos. Entonces íbamos más sueltos, de mente y de deseo. Arrastrando una inocencia recién estrenada (veníamos de milis y otras disciplinas), con los ojos abiertos y las braguetas cerradas. Mientras sonaba Alaska por el Modo, uno giraba una vuelta por los tresillos del Gala, subía hacia el Iguana, (donde siempre había futbolistas a la caza), seguía Zumalacárregui y su variedad de garitos, y acababa en el KWM o el Rollers, paso previo al Loro o el Faro, de Juslibol, depósito de escombros nocturnos, desechos de tienta para los/las que no habían logrado pillar en sitios decentes. Lo asombroso es que a las doce de mediodía, la plaza del Pilar también estaba a rebosar. ¿De dónde salía tanto personal?
Los Enfermos Mentales eran celebridades; y otros cientos de grupos de pop-rock, a los que les cedí el pequeño plató de Musicaire, en TVE-Aragón. Media hora en directo, para que los escuchasen en Binéfar o en Visiedo, ¡ay, no, que a Visiedo no llegaba la señal! Esa obsesión por lo nocturno, esa desesperación por comprarse un Marshall y una guitarra, traían un desasosiego juvenil desconocido. Por el día, se ve que se ensayaba y por las noches (de luna) se salía para contar que te había llamado una multi para grabar un disco, escuchada una maqueta previa en lo de Cachi, en Radio Zaragoza. Desesperados por viajar a Madrid y grabar un single (ahora eso lo hacen los chicos en su propio dormitorio y fumando tabaco de pipa), el chavalío ensayaba y ensayaba en garajes familiares y mataba por ser teloneros un rato, a mala cara, en la sala Metro o en En Bruto. Lo cierto es que toda esta actitud que rebosa sociología (alguien eligió el brillante nombre de “tribus” para estudiar bien el asunto), pudo en parte crecer gracias a la descuidada o laxa interpretación de las leyes: se podía aparcar sobre cualquier acera y se podía conducir de retirada, cargado de alcohol: no existían los controles. No había multas. Vete tú ahora a montar esas barrilas con aquel desparpajo roquero. Imposible.
Zaragoza tuvo en sus años 80 un paréntesis. La convicción de que de vez en cuando, el poder, debe aflojar las riendas. ¡Hasta la Iglesia era progre!, dentro de lo que cabe, claro, y regalaba condones para el desahogo de los países bajos. Lo vemos esto con nostalgia porque no volverá. Los chavales actuales, tan despejados de mente, van muy atados a la electrónica. Ahora sería impensable un tipo como Teles, organizador despendolado de movidas, el hombre que agitaba la Zaragoza nocturna con su bigotito Hitler. Tipos así. Los chicos actorales de Akratea Anemosa, del Grifo, alocados y alucinados por su propia genialidad. Hoy eso no tiene un pase. Estamos en otra dimensión. Más ordenada, más secuenciada, más digital. Lo nuestro era analógico, un tema de mucho sobar con las manos. Otra cosa.
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